miércoles, 10 de octubre de 2007

Homo Carnavalescus: una especie en desarrollo

El carnaval alcanza tal fuerza que para muchos puede convertirse en una forma de vida

Texto: José Antonio Rivas.

Cuidado porque nos están acechando. No se acerquen a ellos que son contagiosos. Es una patología crónica. La cura no existe. Toda precaución es poca. Es una enfermedad que se extiende cada día un poco más. Si ven a alguno de ellos por la calle, huyan, corran lo más rápido que puedan y pónganse a buen recaudo. Nadie está a salvo del Homo Carnavalescus.

El personaje en cuestión tiene más de un siglo, yo diría que tiene la misma edad que el Carnaval de Cádiz. Incluso se podría poner sobre la mesa el debate de qué fue antes si la gallina o el huevo, es decir: ¿nació antes el Homo Carnavalescus y su consecuencia fue el carnaval o viceversa?

Hablemos un poco de su apariencia y de su constitución. El Homo Carnavalescus es claramente identificable por su corazón, el cual late a ritmo de caja y bombo desde sus comienzos (incorporando la guitarra a la par que Paco Alba la introdujo en el carnaval). Por sus venas corre sangre, pero eso sí, con tropezones de papelillos. Su lengua está enrollada en forma de matasuegras, como no podía ser de otra manera. Los vellos de su cuerpo están preparados con un sensor especial que permite que se pongan de punta inmediatamente ante cualquier copla de carnaval de calidad. En su estómago hay un hueco preparado para ingerir productos típicos de las fechas carnavalescas: pestiños, erizos, ostiones, manzanilla, moscatel (que como diría aquel es una denominación vinícola además de un estado de ánimo), tortillas de camarones, y demás productos de glamour. Su cerebro está repleto (o no tan repleto, ya ahí hay de todo como en botica) de neuronas ataviadas con el disfraz de Pierrot, lo cual hace que el personaje salte ante cualquier impulso de carnaval; así, no es de extrañar ver a alguno de estos especimenes caminando en solitario por las calles, tarareando alguna coplilla que le pasara por la mente, ya sea del último carnaval, o del año catapum.

El Homo Carnavalescus no se limita a ningún sexo, es un gen que aparece por igual en hombres y mujeres, y no se enmarca en un especio geográfico en concreto, ya que aunque es cierto que nació en Cádiz, se ha ido extendiendo, primero por la provincia, luego por Andalucía (contando con grandes focos por ejemplo en Córdoba y Sevilla), y finalmente por todo el planeta, y parte del extranjero.

Es un personaje peculiar, eso es innegable. Tiene una manera muy característica de llevar la vida, y de afrontar su particular día a día. Podemos empezar señalando que su año no comienza el 1 de enero como para el resto de los mortales, para nada, de hecho el año nuevo para el Homo Carnavalescus no tiene una fecha fija, sino que se inicia cuando nuestro amigo vuelve a los ensayos de cara al próximo concurso. Esto puede ser, en agosto para los más madrugadores, o incluso en octubre para los más rezagados. Ni que decir tiene que no se toman uvas, pero claro hay que seguir la tradición para que el año nuevo sea próspero, así que en su defecto se le mete mano al líquido resultante de las propias uvas, eso sí, una vez fermentado. O lo que traducido resulta, que se le pegan doce lingotazos a una botella de manzanilla, moscatel, o vino tinto, eso ya queda al gusto de cada uno. Todo ello marcado al ritmo de las campanadas, que en este caso se sustituyen por bombazos, llevados a cabo por el campanero, encarnado por el bombista del grupo, que cuenta con un gran mérito, ya que debe marcar el ritmo a la par que consumir los correspondientes doce chupitos. ¿Villancicos para proclamar la venida del año nuevo? Nada de eso, aquí se celebra la llegada del tres por cuatro, entonando el pasodoble del Noly, como no podía ser de otra manera. Y el cotillón, en el mismo local de ensayo, con lo que ha sobrado de las botellas, y con el primer escote del año (vamos a dejarnos caer que es el primer día).

Los primeros meses de ensayo coinciden con la llegada del invierno, y la verdad es que hay días en los que a nuestro amigo le cuesta un mundo encaminarse hacia el local de ensayo. Toda la noche metiendo un cuplé. Una vez, y otra, y otra, y otra más. Vamos a darle desde arriba. Semanas seguidas pueden pasar de esta manera, dependiendo de la dureza de la mollera del grupo para aprenderse las letras. Es el apartado sacrificado del carnaval, y como el Homo Carnavalescus es un poquito flojo, pues le cuesta coger el ritmo.

Más animados son los días posteriores a las vacaciones navideñas. Con el concurso a la vuelta de la esquina, nuestro personaje ya está ilusionado como cada año, pero este es el bueno, nos colamos seguro. La gente aparece por los ensayos, parece que la cosa gusta. Y llegó el gran día. Aunque el Homo Carnavalescus lleva 20 años saliendo en carnaval, cuando entra en el Falla, los nervios del primer día vuelven a aparecer, ese gusanillo en el estómago por cantarle a Cai, a partirse el pecho. Va telón.

El éxito o el cajonazo en el teatro no influyen en que nuestro amigo disfrute como nadie de la calle. ¿Qué hay más gaditano que cantarle a 14 personas en una esquinita resguardada del levante, y con un olor característico a orín? No se puede faltar a la cabalgata. ¿Y lo bien que le sientan unas gafas de sol a cualquier tipo de carnaval? ¿Y ese vaso de cerámica que lleva colgado desde el carnaval del 86? Desde luego, en días como esos se requiere una habilidad innata para torear a todo aquel que se acerca casi exigiendo que se le regale un cd de la agrupación. Rascarse el bolsillo malages, que hay que amortizar el disfraz.

Luego llegan los contratos, que no paran de llamar a la puerta del Homo Carnavalescus, para que acuda con su grupo para actuar en cualquier parte del país. Eso sí, hay que procurar que ninguno coincida en domingo, o por lo menos a la hora que juegue el Cádiz, porque el protagonista de nuestra historia el cadista hasta la médula, y no puede faltar al Carranza, salvo cuestiones de fuerza mayor. Solamente existe una semana al año en la que el Homo Carnavalescus deja a un lado el carnaval: la Semana Santa. Antes que Carnavalescus, es gadita, y como tal, se encaja para cargar algún paso, hacer alarde de su voz como saetero, o bien ser un espectador de esos que se tragan desde la pedida de la venia hasta la última recogida.

Y casi sin darnos cuenta, llegamos al verano, una etapa en la que la vena carnavalesca vuelve a salir con fuerza, añorando quizás volver pronto a los ensayos. Es de recibo la clásica reunión de amigos, al fresquito de la noche gaditana, donde se interpretan coplillas hasta las tantas. Es opcional acompañar el cante con un refresco aliñado, para pegarle por arribita y recordar letras añejas. Vale cualquier sitio, aunque los lugares que más inspiran en estas fechas son La Caleta y La Alameda.

No me negaran que es un personaje entrañable. Ya saben que se lo pueden encontrar en cualquier parte, pueden estar conviviendo con alguno. Voy mas allá, después de leer todo esto, ¿son ustedes Homos Carnavalescus? No intenten ponerle remedio, afortunadamente, no tiene cura.
-
Artículo publicado el 27 de enero de 2007, en la revista de carnaval de La Voz de Cádiz

No hay comentarios: